Comentario bíblico del sermón
Salmo 104:10
I. El murmullo incesante del manantial de la montaña en la soledad habla al oído de los pensativos del maravilloso ritmo del universo. Esa primavera parece el hijo descarriado de padres inseguros; y sin embargo brota con cada latido del pulso de la naturaleza, ya que ha brotado durante miles de años. A medida que la sangre circula en el cuerpo continuamente, también circula el agua por la tierra. No es más seguro que la vida terminaría en el cuerpo si el pulso dejara de latir que el mundo estaría encerrado en un sueño eterno si el manantial de la montaña dejara de latir.
Tranquila y grandiosa como cuando las estrellas matutinas cantaron juntas en la mañana de la creación, la naturaleza se mueve en su órbita designada; y sus briznas de hierba, y granos de arena y gotas de agua nos dicen que debemos ponernos en concordancia con la benéfica ley que todos obedecen tan firme y armoniosamente o de lo contrario perecerán. Lo que la naturaleza hace inconscientemente y sin voluntad, nos lo deja hacer consciente y voluntariamente; y aprendiendo una lección aun de la voz humilde del manantial de la montaña, hagamos de los estatutos del Señor nuestro cántico en la casa de nuestra peregrinación.
II. Muy misterioso parece el origen de un manantial que brota desde el seno de la montaña, desde el corazón de la roca, hacia la luz del sol. Estimula nuestra imaginación. Parece una nueva creación en el lugar. ¡Por qué oscuras fisuras, por qué finas venas y poros de la tierra, se escurren sus aguas hasta el embalse central cuyo desborde sale a la vista, cristalino y coronado de luz! El nombre hebreo de un profeta se deriva del burbujeo de las aguas de un manantial, lo que implica que sus declaraciones eran los irresistibles desbordes de la fuente divina de inspiración en su alma.
Junto al pozo de Sicar, encarnado en forma humana, en manifestación visible a los ojos de los hombres, estaba la gran Realidad a la que apuntaban todos los mitos y símbolos, que tenía sed para poder darnos de beber. Y si nuestros ojos se purgan con colirio espiritual, también veremos junto a cada manantial el verdadero Oráculo, el gran Profeta, la Divinidad de las aguas, que "envía los manantiales a los valles que corren entre las colinas.
"Así como el manantial natural se interpone entre los vivos y los muertos, entre la esterilidad de las llanuras desérticas y la brillante vegetación que crea a lo largo de su curso, así Él se interpone entre nuestras almas y la muerte espiritual, entre la desolación del pecado y los frutos pacíficos de justicia que nos capacita para producir.
H. Macmillan, Two Worlds are Ours, pág. 117.