Comentario bíblico del sermón
Salmo 48:8
I. Primero, "hemos oído" del honor de la Iglesia tal como está incluido en ese testimonio de Jesús que es el espíritu de profecía, la base misma del Salterio. Escuchamos las propias predicciones de nuestro Señor acerca de Su Iglesia, Su cumplimiento de Sus propios salmos proféticos, esos salmos en los que desde tiempos anteriores Él preparó a los hombres para que se dieran cuenta de lo que debería ser la Iglesia de Cristo y cómo debería llenar Sus sufrimientos y compartir Su gloria.
II. "Como hemos oído, así hemos visto". Esta enseñanza frecuente sobre la Iglesia no es una historia contada tres veces, no es solo una visión profética o una instrucción apostólica. Es algo para que nos demos cuenta de nosotros mismos. El "lugar de la feria" es nuestra herencia. El reino de Dios está dentro de nosotros. La presencia divina se nos concede si abrimos los ojos de nuestra mente, el templo de nuestro corazón, todos los días.
III. Tanto el pasado como el presente nos animan en nuestras esperanzas para el futuro de la Iglesia de Cristo. En este tiempo presente vemos, y no solo con el ojo de la fe, el cumplimiento de esas antiguas promesas y predicciones en la maravillosa preservación y ampliación de la Iglesia.
IV. Note una o dos reflexiones sobre nuestro propio deber en la Iglesia en la que hemos sido bautizados. (1) Confíe en la doctrina de la vida de la Iglesia, aunque solo pueda oír hablar de ella en el presente. (2) Permanece en la Iglesia. No debemos tratar de estar fuera de la Iglesia o por encima de ella, sino donde está Cristo, en ella. (3) Aunque la fe se demore, espérala. La plenitud de la convicción, como el conocimiento consumado, solo se puede ganar gradualmente. Estudie, pues, humildemente las santas doctrinas que se le han dado y, sobre todo, la palabra invaluable que las prueba.
V. Recordemos todos que la santidad es la gran marca de la Iglesia, la santidad que es el don de la misericordia de Dios por los méritos de su Hijo, concedida a los más humildes y degradados si son verdaderamente penitentes y fieles.
JE Jelf, Oxford Review, 3 de mayo de 1883.
Estas palabras del profeta y salmista parecen contener un relato breve y sencillo del temperamento y comportamiento de los amigos y apóstoles de nuestro Señor durante esos días de esperanza y paciencia que terminaron en la mañana del primer domingo de Pentecostés.
I. Esperaron pacientemente al Señor. Habían aceptado Su palabra, por inexplicable que pudiera parecer, que era conveniente para ellos su partida; y estaban preparados para confiar en Él aún más y permanecer en fe y tranquilidad durante cualquier período de tiempo durante el cual el Consolador pudiera retrasar Su venida.
II. Observa el lugar donde esperaban. La profecía había descrito al pueblo de Dios esperando en el templo. Nuestro Señor ordenó a Sus Apóstoles que se quedaran en la ciudad de Jerusalén, y estaban continuamente en el Templo.
III. Esto enseña, primero, que la espera paciente es la fuerza del pueblo de Dios, que se equivocan mucho si pretenden arreglar sus tiempos o tomar sus asuntos en sus propias manos; y, en segundo lugar, que deben tomar las cosas como las encuentren y emprender la obra de Dios en sus llamamientos sociales desde el momento presente y el estado actual de las cosas, cuando sea y sea lo que sea.
IV. No puede haber tal estímulo al arrepentimiento serio, al mejoramiento serio, a la perseverancia paciente en hacer el bien, como la respuesta que Dios dio a esas oraciones en las que los discípulos de nuestro Señor y Su madre continuaron durante los diez días desde Su ascensión hasta Pentecostés. El retorno de estas oraciones fue el Espíritu Santo enviado desde el cielo, Jesucristo vino por Su Espíritu para salvarnos uno por uno del poder del pecado para el futuro, como había venido antes en Su propia persona para ofrecerse a Sí mismo un todo- sacrificio suficiente por nosotros, y salvarnos a todos y cada uno del castigo de los pecados pasados.
V.Si los discípulos esperaran al Consolador en Jerusalén, en o cerca del Templo visible, mucho más deberíamos tener cuidado de cómo vagamos de cualquier manera, incluso en el pensamiento, más allá de los límites del templo espiritual, la Iglesia de el Dios vivo, columna y baluarte de la verdad. Anhelemos y luchemos tanto por estas misericordias, como para no olvidar nunca el tipo de personas a las que están prometidas.
Sermones sencillos de los colaboradores de "Tracts for the Times" vol. vii., pág. 127.
Referencias: Salmo 48:8 . J. Keble, Sermones desde el Día de la Ascensión hasta la Trinidad, p. 151. Salmo 48:9 . JC Gallaway, Christian World Pulpit, vol. xiii., pág. 275.