¿Rugirá el león en el bosque sin tener presa?

Venganza

I. La retribución surge de la naturaleza de las cosas. Poiset, en sus viajes, afirma que el león tiene dos modos diferentes de cazar a su presa. Cuando no tiene mucha hambre, se contenta con vigilar detrás de un arbusto en busca del animal que es objeto de su ataque hasta que se acerca; cuando, de un salto repentino, lo ataca y rara vez falla en su objetivo. Pero si está hambriento, no procede tan silenciosamente; pero impaciente y lleno de rabia, abandona su guarida y llena con su terrible rugido el bosque resonante.

Su voz inspira terror a todos los seres, ninguna criatura se considera segura en su retirada; todos huyen sin saber adónde, y por este medio algunos caen en sus colmillos. La naturalidad del castigo es quizás el punto del profeta. Es así con la retribución moral. Surge de la constitución de las cosas, cada pecado lleva consigo su propia pena. No se requiere una imposición positiva; Dios solo tiene que dejar en paz al pecador, y sus pecados lo descubrirán.

II. La retribución no es accidental, sino arreglada. El pájaro no cae en una trampa por casualidad. El cazador ha estado allí y se ha preparado para su enredo y su ruina. Todo pecador es un pájaro que hay que atrapar.

III. La retribución siempre hace sonar una alarma oportuna. El cielo no castiga sin advertencias. La naturaleza advierte. La Providencia advierte. La conciencia advierte.

IV. La retribución, venga como venga, es siempre divina. Dios está en todos. Ha establecido la conexión entre el pecado y el sufrimiento. Él ha planeado y tendido la trampa. La destrucción eterna con la que el pecador es castigado proviene de la presencia del Señor y de la gloria de Su poder. ( Homilista. )

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