Él hizo la tierra con su poder, estableció el mundo con su sabiduría.

El ser de Dios probado desde el marco del mundo

La observación atenta de este mundo, o marco visible, no es sólo un empleo digno de nuestros pensamientos, sino incluso un deber considerable que no debemos descuidar. Porque es lo que ofrece argumentos más convincentes y satisfactorios para convencernos y confirmarnos en la creencia de esa verdad que es el fundamento de toda religión y piedad, el ser de un solo Dios, incomprensiblemente excelente en todas las perfecciones, el hacedor y sustentador de todas las cosas; también sirve para engendrar en nuestra mente afectos hacia Dios, adecuados a esas nociones; una reverente adoración de su inescrutable sabiduría; un pavor espantoso de Su poderosa majestad; un amor agradecido de su benignidad y bondad graciosas.

1.Veamos primero, individualmente, aquellas cosas que son más familiares y obvias para nuestros sentidos. Primero, esas plantas que vemos, olemos y gustamos todos los días: ¿no tienen ese número, esa figura, ese orden, ese temperamento, esa contextura completa de las partes que discernimos en ellas, una relación manifiesta con las operaciones que realizan? Entonces, pregunto, ¿de dónde podría proceder esa adecuación? ¿por casualidad o por movimientos casuales de la materia? Pero, ¿no repugna el nombre y la naturaleza del azar que de él surja algo regular o constante? ¿No son la confusión, la disparidad, la deformidad, el cambio y la variedad inexplicables, los verdaderos problemas del azar? Por tanto, no es razonable atribuir esas cosas al azar: ¿a qué entonces? dirás, a la necesidad? Si lo hace, sólo modifica la frase; porque la causalidad necesaria no es más que otro nombre para el azar; ambos son varios términos que denotan ceguera y falta de consejo en la acción; ambos deben implicar una determinación fortuita de causas, actuando sin designio ni regla.

Estos efectos deben, por tanto, digo, proceder de la sabiduría, y que no significa ninguno, sino que supera con creces nuestra comprensión, unido a un poder igualmente grande: para digerir tantos cuerpos, tan finos y sutiles, tan diversos en el movimiento y la tendencia, que nunca se estorbarán o perturbarán entre sí, sino que siempre conspirarán para el mismo diseño, es una actuación que supera en gran medida nuestra capacidad para llegar a cómo podría ser ideada o lograda; todos los esfuerzos de nuestra más profunda habilidad y de la más laboriosa industria no pueden llegar a producir ningún trabajo que no sea extremadamente inferior a ninguno de estos, ni en comparación muy simple y básico; ni nuestro ingenio puede servir para idear, ni nuestro sentido para dirigir, ni nuestra mano para ejecutar ningún trabajo, en ningún grado como esos.

Y tenemos razones para reconocer tanta sabiduría y poder descubiertos en una planta, y los mismos, en consecuencia, multiplicados en tantos miles de diversas clases; ¿Cuánto más podemos discernirlos en un solo animal, en todos ellos? Quien moldeó y templó esos sutiles resortes ocultos de la vida, el sentido, la imaginación, la memoria, la pasión; ¿Quién les imprimió un movimiento tan regular y tan duradero, que durante tantos años, entre tantas contingencias adversas que lo asaltaron, se mantiene tan firmemente? Así, el sentido común de esta clase de seres, de los cuales innumerables se exponen diariamente a nuestra observación, incluso si se los considera por separado, deducen la existencia de una sabiduría, un poder y una bondad inconcebiblemente grandes; y probablemente hay otros diversos (piedras, metales, minerales, etc.) no menos obvios, incluso aquí en la tierra, nuestro lugar de morada, que,

2. Pero si, pasando de tales detalles, observamos la relación de varias clases de cosas entre sí, encontraremos más razones para estar convencidos acerca de las mismas perfecciones excelentes que se extienden más allá. ¿No existe, por ejemplo, una relación palpable entre el estado de ánimo, el temperamento, las inclinaciones o instintos naturales de cada animal y su elemento o lugar natural y morada? donde sólo puede vivir, encontrando en él su alimento, su puerto, su refugio? No es a cada facultad dentro de un objeto sin preparado, exactamente correspondiente al mismo; de lo que falte, la facultad se volvería vana e inútil, sí, en ocasiones, dañina y destructiva; como recíprocamente el objeto importaría poco o nada, si tal facultad no fuera proporcionada y adaptada a ella?

Como por ejemplo, ¿qué significaría un ojo si no hubiera luz preparada para hacer visibles las cosas? ¿Y cuánto menos considerable de lo que sería la luz misma, si todas las cosas en la naturaleza fueran ciegas e incapaces de discernir por ellas? ¿Para qué serviría la oreja, si el aire no estuviera adecuadamente dispuesto con la consistencia debida, y no fuera capaz de ondulaciones moderadas distinguibles en ella? Lo mismo podríamos, por la misma razón, indagar acerca de los demás sentidos y facultades, vitales o animales, y sus respectivos objetos, que podemos observar con admirable congruencia respetándose unos a otros.

Tantas, tan claras, tan exactamente congruentes son las relaciones de las cosas que nos rodean entre nosotros; que seguramente no podría provenir de otra manera que de una sabiduría y un poder admirables que conspiren así para adaptarlos y conectarlos; como también de una bondad igual, declarada en que todas estas cosas están cuadradas de manera tan adecuada para beneficio y conveniencia mutuos. Bien, entonces, ¿es por una necesidad fortuita (o una oportunidad necesaria) que debemos todas estas adaptaciones y preeminencias de la naturaleza? ¿Debemos bendecir y adorar la fortuna por todo esto? ¿Nos amaba de manera tan especial y nos ofrecía nuestro bien? ¿Era tan indulgente con nosotros, tan providente con nosotros en tantas cosas, en todo? convirtiéndonos en el ámbito de todos sus trabajos y movimientos aquí sobre nosotros? ¡Oh, brutal degeneración! ¿No somos, no sólo miserablemente ciegos y estúpidos, si no somos capaces de discernir rayos de sabiduría tan claros que brillan a través de tantas correspondencias perspicuas; si no podemos rastrear el poder divino con pasos tan expresivos y notables; si no podemos leer caracteres tan legibles de bondad trascendente; pero extremadamente indignos e ingratos, si no estamos dispuestos a reconocer, y con sincero agradecimiento celebrar todas estas excelentes perfecciones, por las cuales todas estas cosas han sido ordenadas de tal modo que conspiren y cooperen en nuestro beneficio.

3. Sí, todos se unen en un consorte universal, con una voz armoniosa, para proclamar una y la misma sabiduría para haber diseñado, un mismo poder para producir, una misma bondad para haber establecido tanto la sabiduría como la poder sobre el trabajo para diseñar y producir su ser; en preservarlo y gobernarlo :pues todo este sistema de cosas qué es, sino un buen cuerpo, por así decirlo, compactado de varios miembros y órganos; tan aptamente compactados, que cada uno confiere su ser y su funcionamiento a la gracia y al ornamento, a la fuerza y ​​estabilidad del conjunto; ¿Un alma (de la Divina providencia) animando de alguna manera y actuando todo? Quizás no podamos discernir el uso de cada parte, o la tendencia de cada efecto en particular; pero de muchos son tan claros y palpables, que la razón nos obliga a suponer lo mismo de los demás.

Incluso como una persona a la que observamos con frecuencia actuar con gran consideración y prudencia cuando en otras ocasiones no podemos penetrar en la deriva de sus procedimientos, debemos imaginar que tiene alguna razón latente, algún alcance de política, del que no somos conscientes. ; o, como en un motor que consta de muchas partes, curiosamente combinadas, de las cuales percibimos el uso general y aprehendemos cómo las diversas partes conducen a ellas, la razón nos impulsa (aunque no las vemos todas, ni podemos comprender la utilidad inmediata de algunas ) pensar que todos están subordinados de una u otra forma al designio del artista: tal agente es Dios, cuya sabiduría es notoria en tantos casos, que deberíamos suponer que responde en el resto; tal motor es este mundo, del cual podemos fácilmente discernir el fin general, y cuántas de sus partes conducen a ello; y, por tanto, en razón, no puede sino suponer que los demás en su género son igualmente congruentes y conducentes al mismo propósito.

Si la naturaleza de cualquier causa puede descubrirse por sus efectos; si de algún trabajo podemos inferir la habilidad del trabajador; si en cualquier caso los resultados de la sabiduría son distinguibles de las consecuencias del azar, tenemos razones para creer que el Arquitecto de este magnífico y bello marco fue un Ser incomprensiblemente sabio, poderoso y bueno; de modo que “son inexcusables los que de ahí no conocen a Dios”; o conociéndole no le rinden Su debida gloria y servicio. ( Isaac Barrow, D. D. )

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