Las palabras de la boca del hombre [son] aguas profundas, [y] manantial de sabiduría [como] arroyo.

Ver. 4. Las palabras de la boca del hombre son como aguas profundas.] Bien se asemejan a las aguas las palabras de los sabios, dice uno, puesto que ambas lavan la mente de los oyentes, para que la inmundicia del pecado no permanezca en ella, y el agua ellos de tal manera que no desmayan, ni se marchiten por la sequía y el deseo ardiente de la doctrina celestial. Ahora bien, estas palabras de los sabios son de dos clases: algunas son como aguas profundas, y no se pueden sondear fácilmente, como los acertijos de Sansón y los apotegmas de Salomón, tan admirados por la Reina de Sabá, 2 Crónicas 9:1,9 ; algunos también son sencillos y fluyen tan fácilmente, como un arroyo, que los más simples pueden entenderlos.

Lo mismo puede afirmarse de las Sagradas Escrituras, esas "palabras de los sabios y sus dichos oscuros". Pro 1: 6 Las Escrituras, dice uno, son tanto texto como glosa; un lugar abre otro; un lugar tiene eso claramente, que otro entrega oscuramente. Los rabinos tienen un dicho, que hay una montaña de sentido que cuelga de cada vértice de la palabra de Dios; y otro que tienen, Nulla est obiectio in lege quae non habet solutionem in latere - i.

e., No hay ninguna duda en la ley pero puede resolverse mediante algún otro texto. Escrituras paralelas arrojan una luz mutua unas sobre otras; ¿Y no hay un fino velo sobre la palabra, que se enrarece con la lectura y al fin se desgasta por completo? Un amigo, dice Crisóstomo, que conoce a su amigo, obtendrá el significado de una letra o frase que otro no podría que sea un extraño; así es en la Escritura.

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