1-8 Debemos valorar los privilegios del pueblo de Dios, tanto para nosotros mismos como para nuestros hijos, por encima de todas las demás ventajas. Ningún defecto personal, ningún delito de nuestros antepasados, ninguna diferencia de nación nos excluye bajo la dispensación cristiana. Sin embargo, un corazón enfermo nos privará de bendiciones; y un mal ejemplo o un matrimonio inadecuado puede impedir que nuestros hijos accedan a ellos.

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