30-35 Moisés lo llama un gran pecado. La labor de los ministros es mostrar a las personas la magnitud de sus pecados. El gran mal del pecado se refleja en el precio del perdón. Moisés ruega por misericordia a Dios; no vino a poner excusas, sino a hacer expiación. No debemos suponer que Moisés significa que estaría dispuesto a perecer para siempre por el bien del pueblo. Debemos amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos, no más que a nosotros mismos. Pero teniendo la mente que estaba en Cristo, estuvo dispuesto a sacrificar su vida de la manera más dolorosa, si con ello podía preservar al pueblo. Moisés no pudo apartar completamente la ira de Dios; lo que demuestra que la ley de Moisés no podía reconciliar a los hombres con Dios y perfeccionar nuestra paz con él. En Cristo solo, Dios perdona el pecado de tal manera que no lo recuerda más. A partir de esta historia, vemos que ningún corazón no humillado y carnal puede soportar mucho tiempo los preceptos santos, las verdades humillantes y la adoración espiritual de Dios. Pero un dios, un sacerdote, una adoración, una doctrina y un sacrificio adecuados para la mente carnal siempre encontrarán una abundancia de adoradores. Incluso el evangelio mismo puede ser tan pervertido como para adaptarse al gusto mundano. Afortunadamente para nosotros, el Profeta semejante a Moisés, pero mucho más poderoso y misericordioso, ha hecho expiación por nuestras almas y ahora intercede en nuestro favor. Regocijémonos en su gracia.

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