1-9 Dios reconocerá a su pueblo, aunque sean pobres y despreciados, y encontrará un momento para defender su causa. Faraón trató con desprecio todo lo que había oído. No tenía conocimiento de Jehová, ningún temor hacia Él, ningún amor por Él y, por lo tanto, se negó a obedecerlo. Así que el orgullo, la ambición, la codicia y el conocimiento político de Faraón lo endurecieron hasta su propia destrucción. Lo que Moisés y Aarón piden es muy razonable, solo ir a tres días de viaje al desierto, y eso en una buena misión. Sacrificaremos al Señor nuestro Dios. Faraón fue muy irrazonable al decir que el pueblo estaba ocioso y, por lo tanto, hablaba de ir a sacrificar. Así los calumnió, para tener un pretexto para aumentar sus cargas. Hasta el día de hoy encontramos a muchos que están más dispuestos a encontrar defectos en sus vecinos por pasar unas horas en el servicio de Dios que a culpar a otros que dedican el doble de tiempo al placer pecaminoso. El mandato de Faraón fue cruel. Moisés y Aarón mismos debían conseguir la paja para los ladrillos. Los perseguidores se complacen en despreciar y poner dificultades a los ministros. Debían hacer la cantidad habitual de ladrillos, pero sin la cantidad habitual de paja para mezclar con el barro. De esta manera, se les imponía más trabajo a los hombres, que, si lo realizaban, se romperían de fatiga; y si no, serían castigados.

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