23-25 La ley no enseñaba un conocimiento vivo y salvador, sino que, por medio de sus ritos y ceremonias, especialmente por medio de sus sacrificios, señalaba a Cristo, para que fueran justificados por la fe. Y así era, como la palabra significa propiamente, un siervo, para conducir a Cristo, como los niños son conducidos a la escuela por los siervos que tienen el cuidado de ellos, para que pudieran ser enseñados más plenamente por Él el verdadero camino de la justificación y la salvación, que es sólo por la fe en Cristo. Y se muestra la ventaja enormemente mayor del estado evangélico, bajo el cual disfrutamos de un descubrimiento más claro de la gracia y la misericordia divinas que los judíos de antaño. La mayoría de los hombres continúan encerrados como en una oscura mazmorra, enamorados de sus pecados, siendo cegados y adormecidos por Satanás, a través de los placeres, intereses y búsquedas mundanas. Pero el pecador despierto descubre su terrible condición. Entonces siente que la misericordia y la gracia de Dios constituyen su única esperanza. Y los terrores de la ley son usados a menudo por el Espíritu convincente, para mostrar al pecador su necesidad de Cristo, para llevarlo a confiar en sus sufrimientos y méritos, para que pueda ser justificado por la fe. Entonces la ley, por la enseñanza del Espíritu Santo, se convierte en su amada regla del deber, y en su norma para el autoexamen diario. En este uso aprende a depender más simplemente del Salvador.

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