26-29 Los verdaderos cristianos gozan de grandes privilegios bajo el evangelio; y ya no son considerados siervos, sino hijos; no son mantenidos ahora a tal distancia, y bajo tales restricciones como lo eran los judíos. Habiendo aceptado a Cristo Jesús como su Señor y Salvador, y confiando sólo en él para su justificación y salvación, se convierten en hijos de Dios. Pero ninguna forma externa o profesión puede asegurar estas bendiciones; porque si alguien no tiene el Espíritu de Cristo, no es de él. En el bautismo nos revestimos de Cristo; en él profesamos ser sus discípulos. Al ser bautizados en Cristo, somos bautizados en su muerte, para que así como él murió y resucitó, así nosotros muramos al pecado, y caminemos en novedad y santidad de vida. El revestirse de Cristo según el evangelio, no consiste en una imitación exterior, sino en un nuevo nacimiento, un cambio total. El que hace herederos a los creyentes, proveerá para ellos. Por lo tanto, nuestro cuidado debe ser hacer los deberes que nos corresponden, y todos los demás cuidados debemos echarlos sobre Dios. Y nuestro cuidado especial debe ser el cielo; las cosas de esta vida no son más que bagatelas. La ciudad de Dios en el cielo, es la porción o parte del niño. Procura estar seguro de eso sobre todas las cosas.

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