1-5 Nuestro Señor les dijo a los discípulos el trabajo que debían hacer. Los apóstoles se reunieron en Jerusalén; Cristo les ordenó que no partieran de allí, sino que esperaran el derramamiento del Espíritu Santo. Este sería un bautismo del Espíritu Santo, dándoles poder para hacer milagros e iluminando y santificando sus almas. Esto confirma la promesa Divina y nos anima a depender de ella, de que la hemos escuchado de Cristo; porque en él todas las promesas de Dios son sí y amén.

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