17-32 Aquí había una casa donde estaba el temor de Dios, y sobre la cual descansaba su bendición; sin embargo, fue convertida en una casa de luto. La gracia aleja la tristeza del corazón, pero no de la casa. Cuando Dios, por su gracia y su providencia, viene hacia nosotros en forma de misericordia y consuelo, debemos, como Marta, salir por fe, esperanza y oración a su encuentro. Cuando Marta salió al encuentro de Jesús, María se quedó sentada en la casa; este temperamento antes le había sido ventajoso, cuando la puso a los pies de Cristo para escuchar su palabra; pero en el día de la aflicción, el mismo temperamento la dispuso a la melancolía. Es nuestra sabiduría vigilar contra las tentaciones, y aprovechar las ventajas de nuestros temperamentos naturales. Cuando no sepamos qué pedir o esperar en particular, remitámonos a Dios; que él haga lo que le parezca bien. Para ampliar las expectativas de Marta, nuestro Señor declaró ser la Resurrección y la Vida. En todo sentido, él es la Resurrección; la fuente, la sustancia, las primicias, la causa de ella. El alma redimida vive después de la muerte en la felicidad; y después de la resurrección, tanto el cuerpo como el alma son guardados de todo mal para siempre. Cuando hemos leído u oído la palabra de Cristo, sobre las grandes cosas del otro mundo, debemos preguntarnos: ¿Creemos en esta verdad? Las cruces y las comodidades de este tiempo presente no nos impresionarían tan profundamente como lo hacen, si creyéramos en las cosas de la eternidad como deberíamos. Cuando Cristo, nuestro Maestro, viene, nos llama. Viene en su palabra y en sus ordenanzas, y nos llama a ellas, nos llama por ellas, nos llama a sí mismo. Aquellos que, en un día de paz, se pusieron a los pies de Cristo para ser enseñados por él, pueden con comodidad, en un día de problemas, echarse a sus pies, para encontrar el favor de él.

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