7-15 La partida de Cristo era necesaria para la venida del Consolador. El envío del Espíritu debía ser el fruto de la muerte de Cristo, que era su partida. Su presencia corporal sólo podía estar en un lugar y en un momento dado, pero su Espíritu está en todas partes, en todos los lugares, en todo momento, dondequiera que dos o tres se reúnan en su nombre. Véase aquí el oficio del Espíritu, primero para reprender, o para convencer. La obra de convencer es obra del Espíritu; él puede hacerla eficazmente, y nadie más que él. Es el método que toma el Espíritu Santo, primero para convencer, y luego para consolar. El Espíritu convencerá al mundo del pecado; no se limitará a decírselo. El Espíritu convence del hecho del pecado; de la culpa del pecado; de la insensatez del pecado; de la suciedad del pecado, que por él nos hacemos odiosos a Dios; de la fuente del pecado, la naturaleza corrupta; y por último, del fruto del pecado, que su fin es la muerte. El Espíritu Santo demuestra que todo el mundo es culpable ante Dios. Convence al mundo de la justicia; de que Jesús de Nazaret era Cristo el justo. También, de la justicia de Cristo, impartida a nosotros para la justificación y la salvación. Les mostrará dónde se puede obtener, y cómo pueden ser aceptados como justos a los ojos de Dios. La ascensión de Cristo demuestra que el rescate fue aceptado, y la justicia terminada, mediante la cual los creyentes debían ser justificados. Del juicio, porque el príncipe de este mundo es juzgado. Todo estará bien, cuando se rompa su poder, que hizo todo el mal. Como Satanás es sometido por Cristo, esto nos da confianza, pues ningún otro poder puede enfrentarse a él. Y del día del juicio. La venida del Espíritu sería de indecible ventaja para los discípulos. El Espíritu Santo es nuestro Guía, no sólo para mostrarnos el camino, sino para acompañarnos con continuas ayudas e influencias. Ser guiados a una verdad es más que apenas conocerla; no es sólo tener la noción de ella en nuestras cabezas, sino el gusto, el sabor y el poder de ella en nuestros corazones. Él enseñará toda la verdad, y no se guardará nada provechoso, porque mostrará las cosas futuras. Todos los dones y gracias del Espíritu, toda la predicación y toda la escritura de los apóstoles, bajo la influencia del Espíritu, todas las lenguas y los milagros, eran para glorificar a Cristo. Conviene que cada uno se pregunte si el Espíritu Santo ha comenzado una buena obra en su corazón. Si no descubrimos claramente nuestra culpa y nuestro peligro, nunca comprenderemos el valor de la salvación de Cristo; pero cuando nos conocemos bien, comenzamos a ver el valor del Redentor. Tendríamos una visión más completa del Redentor, y afectos más vivos hacia él, si oráramos más y dependiéramos del Espíritu Santo.

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