1-14 Cristo se da a conocer a su pueblo, generalmente en sus ordenanzas; pero a veces por su Espíritu los visita cuando están empleados en sus negocios. Es bueno que los discípulos de Cristo estén juntos en la conversación y los negocios comunes. No había llegado la hora de entrar en acción. Debían ayudar a mantenerse y no ser una carga para nadie. El momento en que Cristo se da a conocer a su pueblo es cuando éste se encuentra más perdido. Él conoce las necesidades temporales de su pueblo, y les ha prometido no sólo la gracia suficiente, sino el alimento conveniente. La divina Providencia se extiende a las cosas más insignificantes, y son felices los que reconocen a Dios en todos sus caminos. Aquellos que son humildes, diligentes y pacientes, aunque sus trabajos sean cruzados, serán coronados; a veces viven para ver que sus asuntos toman un giro feliz, después de muchas luchas. Y no se pierde nada por observar las órdenes de Cristo; es echar la red en el lado correcto de la nave. Jesús se manifiesta a su pueblo haciendo por él lo que ningún otro puede hacer, y cosas que ellos no buscaban. Cuidó de que no les faltara ningún bien a los que lo dejaron todo por él. Y los últimos favores son para recordar los anteriores, para que no se olvide el pan comido. Aquel a quien Jesús amaba fue el primero que dijo: Es el Señor. Juan fue el que más se adhirió a su Maestro en sus sufrimientos, y el que más pronto lo conoció. Pedro fue el más celoso, y llegó a Cristo primero. Cuán diversamente distribuye Dios sus dones, y qué diferencia puede haber entre unos creyentes y otros en la manera de honrar a Cristo, y sin embargo todos pueden ser aceptados por él. Otros continúan en el barco, arrastran la red y traen los peces a la orilla, y tales personas no deben ser culpadas como mundanas; pues ellas, en sus lugares, están sirviendo a Cristo tan verdaderamente como las otras. El Señor Jesús tenía preparada la provisión para ellos. No necesitamos ser curiosos para preguntar de dónde vino esto; pero podemos ser consolados por el cuidado de Cristo para sus discípulos. Aunque eran tantos y tan grandes los peces, no perdieron ninguno, ni dañaron su red. La red del evangelio ha encerrado a multitudes, pero es tan fuerte como siempre para llevar las almas a Dios.

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