66-71 Cuando admitimos en nuestra mente pensamientos duros de las palabras y obras de Jesús, entramos en la tentación, que, si el Señor en su misericordia no lo impide, terminará en el retroceso. El corazón corrupto y perverso del hombre suele hacer de esto una ocasión de ofensa, lo cual es motivo del mayor consuelo. Nuestro Señor, en el discurso anterior, había prometido la vida eterna a sus seguidores; los discípulos se aferraron a esa palabra clara, y resolvieron adherirse a él, cuando otros se aferraron a palabras duras, y lo abandonaron. La doctrina de Cristo es la palabra de vida eterna, por lo que debemos vivir y morir por ella. Si abandonamos a Cristo, abandonamos nuestra propia misericordia. Creían que este Jesús era el Mesías prometido a sus padres, el Hijo del Dios vivo. Cuando estemos tentados a retroceder o alejarnos, es bueno recordar los primeros principios y mantenerlos. Y recordemos siempre la pregunta inquisitiva de nuestro Señor: ¿Nos iremos y abandonaremos a nuestro Redentor? ¿A quién podemos acudir? Sólo él puede darnos la salvación mediante el perdón de los pecados. Y esto es lo único que trae confianza, consuelo y alegría, y hace que el miedo y el desaliento huyan. Se obtiene la única felicidad sólida en este mundo, y se abre el camino a la felicidad del próximo.

 

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