19-31 Aquí se representan las cosas espirituales, en una descripción del diferente estado del bien y del mal, en este mundo y en el otro. No se nos dice que el hombre rico haya obtenido sus bienes mediante fraude u opresión; pero Cristo muestra que un hombre puede tener una gran cantidad de riqueza, pompa y placer de este mundo, y sin embargo perecer para siempre bajo la ira y la maldición de Dios. El pecado de este hombre rico fue proveer sólo para sí mismo. He aquí un hombre piadoso, y uno que será feliz para siempre, en el fondo de la adversidad y la angustia. A menudo la suerte de algunos de los más queridos santos y siervos de Dios es estar muy afligidos en este mundo. No se nos dice que el hombre rico le hiciera ningún daño, pero no encontramos que tuviera ningún cuidado por él. He aquí la diferente condición de este pobre piadoso, y de este rico malvado, en la muerte y después de ella. El hombre rico en el infierno levantó sus ojos, estando en el tormento. No es probable que haya discursos entre los santos glorificados y los pecadores condenados, pero este diálogo muestra la miseria desesperada y los deseos infructuosos a los que son llevados los espíritus condenados. Se acerca un día en que los que ahora odian y desprecian al pueblo de Dios, recibirán de buen grado la bondad de éste. Pero los condenados en el infierno no tendrán la menor disminución de su tormento. Los pecadores son llamados ahora a recordar; pero no lo hacen, no quieren, encuentran maneras de evitarlo. Así como los malvados sólo tienen cosas buenas en esta vida, y al morir se separan para siempre de todo lo bueno, así los piadosos sólo tienen cosas malas en esta vida, y al morir se apartan para siempre de ellas. En este mundo, bendito sea Dios, no hay abismo entre el estado de naturaleza y el de gracia, podemos pasar del pecado a Dios; pero si morimos en nuestros pecados, no hay salida. El hombre rico tenía cinco hermanos, y quería que los detuvieran en su curso pecaminoso; su llegada a ese lugar de tormento, empeoraría su miseria, que había ayudado a mostrarles el camino hacia allí. ¡Cuántos desearían ahora recordar o deshacer lo que han escrito o hecho! Los que quieren hacer que la oración del rico a Abraham justifique la oración a los santos difuntos, van muy lejos en la búsqueda de pruebas, cuando el error de un pecador condenado es todo lo que pueden encontrar como ejemplo. Y seguramente no hay estímulo para seguir el ejemplo, cuando todas sus oraciones fueron hechas en vano. Un mensajero de entre los muertos no podría decir más de lo que dicen las Escrituras. La misma fuerza de la corrupción que rompe las convicciones de la palabra escrita, triunfaría sobre un testigo de entre los muertos. Busquemos la ley y el testimonio Isaías 8:19; Isaías 8:20, porque esa es la palabra segura de profecía, sobre la cual podemos descansar, 2 Pedro 1:19. Las circunstancias en todas las épocas muestran que ningún terror o argumento puede dar un arrepentimiento verdadero sin la gracia especial de Dios que renueva el corazón del pecador.

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