14-30 Cristo enseñaba en sus sinagogas, sus lugares de culto público, donde se reunían para leer, exponer y aplicar la palabra, para orar y alabar. Todos los dones y gracias del Espíritu estaban sobre él y en él, sin medida. Por Cristo, los pecadores pueden ser liberados de las ataduras de la culpa, y por su Espíritu y gracia de la esclavitud de la corrupción. Vino por la palabra de su evangelio, para traer luz a los que estaban sentados en la oscuridad, y por el poder de su gracia, para dar vista a los que estaban ciegos. Y predicó el año agradable del Señor. Que los pecadores atiendan a la invitación del Salvador cuando se proclame así la libertad. El nombre de Cristo era maravilloso; en nada lo era más que en la palabra de su gracia, y el poder que la acompañaba. Bien podemos maravillarnos de que dijera tales palabras de gracia a unos desdichados como la humanidad. Algún prejuicio a menudo proporciona una objeción contra la doctrina humillante de la cruz; y mientras es la palabra de Dios la que despierta la enemistad de los hombres, ellos culparán la conducta o la manera del orador. La doctrina de la soberanía de Dios, su derecho a hacer su voluntad, provoca a los hombres orgullosos. No buscarán su favor a su manera; y se enojan cuando otros tienen los favores que ellos descuidan. Aún así, Jesús es rechazado por multitudes que escuchan el mismo mensaje de sus palabras. Mientras ellos lo crucifican de nuevo por sus pecados, que nosotros lo honremos como Hijo de Dios, Salvador de los hombres, y tratemos de demostrarlo con nuestra obediencia.

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