7-15 Lo que Cristo dijo acerca de Juan, no fue sólo para su alabanza, sino para el beneficio del pueblo. Los que asisten a la palabra serán llamados a dar cuenta de sus mejoras. ¿Pensamos que cuando se termina el sermón, se acaba el cuidado? No, entonces comienza el mayor de los cuidados. Juan era un hombre abnegado, muerto a todas las pompas del mundo y a los placeres del sentido. Las personas, en todas sus apariencias, deben ser consecuentes con su carácter y su situación. Juan fue un hombre grande y bueno, pero no perfecto; por eso no llegó a ser un santo glorificado. El más pequeño en el cielo sabe más, ama más, y hace más en alabar a Dios, y recibe más de él, que el más grande en este mundo. Pero por reino de los cielos debe entenderse aquí más bien el reino de la gracia, la dispensación del Evangelio en su poder y pureza. ¡Qué razón tenemos para agradecer que nuestra suerte esté echada en los días del reino de los cielos, bajo tales ventajas de luz y amor! El ministerio de Juan influyó en muchas personas, que se convirtieron en sus discípulos. Y aquellos que luchaban por un lugar en este reino, que uno pensaría que no tenían derecho ni título para ello, y por lo tanto parecían ser intrusos. Esto nos muestra el fervor y el celo que se requiere de todos. Hay que negar el yo; hay que cambiar la inclinación, el marco y el temperamento de la mente. Aquellos que tengan interés en la gran salvación, la tendrán bajo cualquier condición, y no la considerarán difícil, ni dejarán de tenerla sin una bendición. Las cosas de Dios son de interés grande y común. Dios no exige de nosotros más que el uso correcto de las facultades que nos ha dado. La gente es ignorante porque no quiere aprender.

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