1-5 Ninguno de nuestros pecados o sufrimientos debe impedir que atribuyamos gloria y alabanza al Señor. Cuanto más indignos somos, más se admira su amabilidad. Y aquellos que dependen de la justicia del Redentor se esforzarán por copiar su ejemplo, y de palabra y obra para mostrar su alabanza. El pueblo de Dios tiene razones para ser gente alegre; y no necesita envidiar a los hijos de los hombres por su placer u orgullo.

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