Todo el que no corta al miembro ofensor y, en consecuencia, es arrojado al infierno, será, por así decirlo, salado con fuego, conservado, no consumido por ello, mientras que todo sacrificio aceptable será salado con otro tipo de sal, incluso la de la gracia divina, que purifica el alma (aunque frecuentemente con dolor) y la preserva de la corrupción.

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