Luego encargó a sus discípulos que no dijeran a nadie que él era el Cristo; Jesús mismo no lo había dicho expresamente ni siquiera a sus apóstoles, sino que los dejó para que lo infirieran de su doctrina y milagros. Tampoco era apropiado que los apóstoles dijeran esto abiertamente, ante esa gran prueba de ello, su resurrección. Si lo hubieran hecho, los que les creyeron habrían buscado con más fervor tomarlo y convertirlo en rey; y los que no los creyeron, habrían rechazado con vehemencia y se habrían opuesto a tal Mesías.

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