a la casa de Lydia esperando allí probablemente hasta que estuvieran en condiciones de viajar más lejos. Pero en medio del sufrimiento todavía exhortan y consuelan a los cristianos que en su estancia habían reunido en una iglesia.

Cuán profundo es el afecto mutuo que existía entre san Pablo y estos filipenses, sus primeros conversos europeos, se manifiesta en cada línea de la epístola que les escribió desde Roma en su primer encarcelamiento. Son su mayor gozo, no le han dado motivo de tristeza, y desde el principio hasta el fin han ministrado a sus aflicciones, y han puesto de manifiesto cómo apreciaban a su "Padre en Cristo". El lenguaje jubiloso de la carta está marcado por el tan repetido "Alegraos en el Señor".

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