Introducción a 1 Tesalonicenses
Encontramos en la Epístola a los Tesalonicenses, y especialmente en la primera (pues en la segunda ya era necesario guardar aquella frescura de los pérfidos ataques del enemigo), la condición y la esperanza del cristiano como tal en este mundo en toda su frescura. Estas dos epístolas son las primeras que Pablo escribió, a menos que exceptuemos la de los Gálatas, cuya fecha es incierta. Ocupado ya mucho tiempo en la obra, es sólo cuando esta obra estaba considerablemente adelantada que al velar por ella la guarda por medio de sus escritos escritos, como hemos visto, de carácter variado, según el estado de las iglesias, y según a la sabiduría divina que, por este medio, depositó en las escrituras lo que sería necesario para todos los tiempos.
Recién convertidos, los cristianos de Tesalónica sufrieron mucho por la persecución del mundo, persecución que los judíos de ese lugar ya habían suscitado previamente contra el mismo Pablo. Feliz por la obra de gracia allí, y regocijándose por el estado de sus amados hijos en la fe (un testimonio del cual fue dado por todas partes, incluso por el mundo), el apóstol abre su corazón; y el Espíritu Santo expone por su boca cuál era esa condición cristiana sobre la tierra que fue la fuente de su gozo en el caso de los tesalonicenses; y cuál la esperanza que arrojaba su luz sobre la existencia del creyente, brillando a su alrededor durante toda su vida, e iluminando su camino en el desierto.
Todos sabemos que la doctrina de la venida de Cristo, que acompaña universalmente la obra del Espíritu que une nuestros corazones a Él en la primera primavera de una nueva vida, se nos presenta especialmente en estas dos epístolas. Y no se enseña meramente formalmente como doctrina; está ligada a toda relación espiritual de nuestras almas, se manifiesta en todas las circunstancias de la vida del cristiano.
Nos convertimos para esperar en Él. El gozo de los santos en los frutos de sus labores se realiza en Su presencia. Es en la venida de Cristo que la santidad tiene todo su valor, viéndose su medida en lo que entonces se manifiesta. Es el consuelo cuando los cristianos mueren. Es el juicio inesperado del mundo. Es hasta la venida de Cristo que Dios preserva a los suyos en santidad y sin mancha.
Veremos estos puntos expuestos en detalle en los diferentes capítulos de la primera epístola. Aquí solo los señalamos. En general, encontraremos que las relaciones personales y la expectativa de Su venida tienen una frescura notable y vivificante en esta epístola en todos los aspectos. El Señor está presente al corazón es su objeto; y los afectos cristianos brotan en el alma, haciendo que abunden los frutos del Espíritu.
Sólo en estas dos epístolas se dice que una asamblea está "en Dios Padre", es decir, plantada en esta relación que tiene su existencia moral en ella su modo de ser. La vida de la asamblea se desarrollaba en la comunión que brotaba de esta relación. El Espíritu de adopción lo caracteriza. Con cariño de niños los tesalonicenses conocieron al Padre. Así dice Juan, al hablar de los niños pequeños en Cristo: “Os escribo porque habéis conocido al Padre.
“Es la primera introducción en la posición de libertad en que Cristo nos ha puesto libres ante Dios y en comunión con Él. ¡Preciosa posición! ser como hijos de Aquel que ama como un Padre, con toda la libertad y tierno afecto de aquel relación, según la perfección divina, pues aquí no se trata de la adaptación de la experiencia humana de Cristo a las necesidades en que Él la adquirió (por preciosa que sea esa gracia), sino de nuestra introducción en el disfrute sin mezcla de la luz y de la divina afectos manifestados en el carácter del Padre.
Es nuestra comunión, tierna y confiada pero pura, con Aquel cuyo amor es fuente de toda bendición. Tampoco dudo que, recién sacados del paganismo como lo fueron los tesalonicenses, el apóstol se refiere a su conocimiento del único y verdadero Dios Padre en contraste con sus ídolos.