Los sacerdotes y toda la tribu de Leví tienen asignada su porción. Al pueblo le está prohibido hacer después de esas abominaciones, a causa de las cuales las naciones que habitaban la tierra fueron expulsadas de delante de Israel, consultando a los que usaban adivinación. Jehová levantaría un profeta como Moisés, a quien el pueblo debería escuchar. Estas ordenanzas prevén en el pueblo la falta de la fe necesaria para caminar con sencillez con el Señor. Cristo es la verdadera y única respuesta. No debían temer a un profeta que diera una señal que no se cumpliera, porque Jehová no había hablado por medio de él.

Una palabra aquí en cuanto a la porción de los sacerdotes. Primero, la condición normal del pueblo era la de ser guiados por los sacerdotes, y, en caso de necesidad, por jueces elevados de manera extraordinaria; y permanecer bajo la protección de Dios en la tierra, disfrutando de Su bendición. Era, propiamente hablando, teocracia. Las leyes de Dios dirigían al pueblo; gozaron de la bendición de Dios; y los sacerdotes resolvían las cuestiones que se suscitaban, nombrándose juez en los casos excepcionales.

Los sacerdotes se presentan aquí en relación con lo que era necesario para el disfrute de la tierra, no como un medio para acercarse a Dios. En consecuencia, estaban allí para cumplir su ministerio ante Dios, y cierta parte les pertenecía.

En el rey sólo se pensaba en el caso de que el pueblo lo pidiera, para ser como las naciones; y en ese caso debía permanecer, tanto como fuera posible, sencillo en medio de Israel, para que la ley de Dios pudiera tener su plena autoridad. El pueblo siempre se considera responsable ante Dios y disfruta de la tierra bajo esta responsabilidad, aunque por esa razón está sujeto a las decisiones de los sacerdotes.

Tenían la tierra de Dios. La posición de la que se habla aquí no es la de acercarse a Él, sino la de reconocer Su liberación y Su bondad, como en las fiestas que hemos considerado. Así el que subía al lugar que Jehová había escogido comía con su familia, y algunas veces con el levita, el extranjero, etc., los diezmos [1] de cada año (en el tercer año había unos para el levita y el pobres), los primogénitos de las vacas y de las ovejas, los votos, las ofrendas voluntarias y las ofrendas elevadas, todo delante de Jehová.

Pero al mismo tiempo que los ofrecía a Jehová, el oferente participaba del disfrute de ellos (ver Deuteronomio 14:23 ; Deuteronomio 14:28-29 ; Deuteronomio 12:7 ; Deuteronomio 12:11-12 ; Deuteronomio 12:17 ); mientras que, en el capítulo 18, el sacerdote tenía una cierta porción del sacrificio, las primicias del grano, del vino y del aceite, y las primicias del vellón de las ovejas.

La primera parte de estas ordenanzas es tanto más notable que en el libro de Números (cap. 18), se dan los primogénitos, [2] las ofrendas elevadas, toda clase de ofrendas por el pecado y las ofrendas de carne. a los sacerdotes, y los diezmos a los levitas. Pero estos se asumen, no se reordenan aquí, para que se mantenga el verdadero carácter de la adoración deuteronómica, regocijándose ante Jehová en el disfrute de lo que Él da, no acercándose a Él en el lugar santísimo.

Podemos notar aquí la diferencia entre lo que en este caso era para los sacerdotes y lo que en Deuteronomio el pueblo ha de comer delante del Señor, y en los otros libros lo que se da a los sacerdotes. Ya hemos señalado la diferencia de posición. En los tres libros anteriores, lo que se presenta ante la mente es acercarse a Dios, y se considera que los sacerdotes son los únicos capaces de hacer esto; y así, en la relación de los sacerdotes, comían en el lugar santo todo lo que se ofrecía.

Sólo ellos estaban cerca de Dios, y lo que se ofrecía a Dios (según la fuerza de la palabra, [3] lo que se acercaba a Dios) era de ellos, como cercano. Eran todos como una sola compañía en el campamento, y el conjunto era esencialmente típico.

Así se hicieron todos los arreglos del tabernáculo para un pueblo que se encontraba en el desierto, extraño allí; y es de notarse que Pablo, en la Epístola a los Hebreos, nunca habla de otra cosa sino del tabernáculo, nunca del templo. La relación de la que habla es la de los peregrinos con Dios. Ya no es así en Deuteronomio. Allí se considera la morada del pueblo en la tierra prometida; y, en consecuencia, se considera que el pueblo no necesita aprender cómo acercarse a Dios, [4] sino que disfruta, de parte de Dios, el efecto de su promesa en su presencia y delante de él, de modo que el pueblo está directamente interesado en los sacrificios.

Están en el disfrute de las promesas, en la presencia de Dios, y realizan, en la comunión de Jehová, todos los medios a través de los cuales se disfruta, y participan, en comunión, de todo lo que se dedica a Él, como signo de la redención por la que se les procuraba este goce.

Es diferente con respecto a las primicias de la tierra, lo que produce. Gozando de aquellos frutos de la bondad de Dios, el pueblo le devolvió las primicias, como testimonio de que todo procedía de Él, y que todo era suyo, y que su gracia se lo había comunicado (cf. cap. 26). Por tanto, las primicias no eran para que las comiese el pueblo: las ofrecieron a Dios, y comieron de todo lo demás. Era el reconocimiento de Dios, al compartir sus bendiciones. Las primicias entonces se ofrecían a Dios, y así caían en manos de los sacerdotes como su porción.

Nota 1

Ver nota en el Capítulo s referido; eran segundos diezmos, no levíticos. El pueblo nunca pagaba diezmos a los sacerdotes; mas a los levitas en casa, ellos a los sacerdotes. Los diezmos del tercer año (no levítico) se comían en casa. No tenemos nada de los diezmos levíticos en Deuteronomio.

Nota 2

Varones primogénitos. Véanse las notas de los capítulos 12 y 14.

Nota 3

La palabra traducida como "una ofrenda" (es decir, corbán) proviene de una palabra que significa "acercarse" y, en la forma Hiphil (forma activa activa), "acercar".

Nota #4

Esta diferencia muy importante caracteriza el libro. No hay duda de cuán cerca podemos estar del Lugar Santísimo, de Dios mismo, sino de la comunión en el disfrute de todos los frutos de Su promesa en Su presencia y en el espíritu de gracia. No es una conexión con Dios en el desierto, sino un principio aún más profundo de conexión con Él.

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