En el capítulo 24 se pronuncia juicio definitivo contra Jerusalén, que ni siquiera se avergonzaba de sus pecados. El día que Nabucodonosor pone sitio a Jerusalén, muere la esposa del profeta; y, aunque ella era el objeto más querido de sus afectos, Ezequiel no debía llorar. Bajo la figura de la muerte de su esposa se le instruye que refrene su corazón ante el juicio de Jehová. Una vez ejecutado el juicio, se abriría la boca del profeta, y la palabra de Jehová se dirigiría abiertamente al remanente, para que Jehová les fuera conocido. Jerusalén debe ser puesta como un caldero en el fuego para derretir y consumir todo. Dios la había limpiado, pero ella no estaba limpia; y ahora Él hace que Su furor descanse sobre ella.

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