Esta respuesta trae al corazón del profeta la presencia solemne de Dios, y lo lleva a buscar un renacimiento de la obra de Dios en medio del pueblo en gracia, y lo vuelve al primer favor de Dios, y le recuerda al profeta toda la gloria de Jehová, cuando apareció por Su pueblo en el principio, cuando salió de Su lugar y derribó todo obstáculo para establecer a Su pueblo en bendición.

Ante este recuerdo de su poder, el profeta tiembla, pero consciente de que es la fuente de un descanso perfecto y seguro en el día de la angustia, cuando el destructor suba e invada al pueblo.

Concluye su profecía con el bendito resultado de todas estas preciosas lecciones, a saber, la expresión de perfecta confianza en Jehová. Él se regocijaría y se alegraría en Él, si todas las bendiciones fallaran. Jehová mismo era su fuerza, su confianza y su sostén, y lo pondría en los lugares altos de su bendición, dándole, por así decirlo, patas de cierva para ascender allí con su favor. Nada hay más hermoso que este desarrollo de los pensamientos del Espíritu de Dios, los dolores y angustias producidos por Él, la respuesta de Dios para dar entendimiento y fortalecer la fe, a fin de que el corazón esté en plena comunión con Él.

Se notará aquí, que es el opresor idólatra quien aparece especialmente, aunque se describe la primera invasión, pues esa fue la causa inmediata de la angustia del profeta. Los caldeos, por lo tanto, se nombran claramente. Es ese pueblo, como sabemos, el que redujo al cautiverio al pueblo de Dios.

En suma, en este profeta tenemos (para consuelo del corazón fiel, que ama al pueblo de Dios porque es suyo, y por eso se aflige por la maldad que se encuentra entre ellos, y más aún por el juicio que cae sobre ellos) la respuesta de Dios, explicando sus caminos hacia la fe, y su segura fidelidad a sus promesas. Conoce al opresor, pero el justo debe vivir por la fe.

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