Isaías 63:1-19
1 — ¿Quién es este que viene de Edom, de Bosra, vestido con vestiduras brillantes? ¿Quién es este de ropa esplendorosa, que marchac en la grandeza de su poder? — Soy yo, que hablo en justicia, grande para salvar.
2 — ¿Por qué está enrojecida tu ropa, y tus vestiduras están como las del que ha pisado en el lagar?
3 — He pisado el lagar yo solo. De los pueblos nadie estuvo conmigo. Los he pisado con mi furor, y los he hollado con mi ira. La sangre de ellos salpicó mis vestiduras, y manché toda mi ropa.
4 Porque el día de la venganza ha estado en mi corazón, y el año de mi redención ha llegado.
5 Yo miré, y no había quien ayudara. Me asombré de que no hubiera quien apoyara. Entonces mi propio brazo me salvó; y mi ira, ella me sostuvo.
6 Con mi furor pisoteé a los pueblos; los embriagué con mi ira y derramé su sangre por tierra.
7 Las misericordias del SEÑOR recordaré, y las alabanzas del SEÑOR, conforme a todo lo que el SEÑOR nos ha recompensado, y a su gran bondad para con la casa de Israel. Él nos ha recompensado según su misericordia y su gran compasión.
8 Pues ha dicho: “Ciertamente ellos son mi pueblo, hijos que no mienten”. Y él fue su Salvador.
9 En toda la angustia de ellos, él fue angustiado; y el ángel de su Presencia los salvó. En su amor y en su compasión los redimió. Los alzó y los llevó todos los días de la antigüedad.
10 Pero ellos se rebelaron y entristecieron a su Espíritu Santo. Por eso se volvió su enemigo, y él mismo combatió contra ellos.
11 Pero se acordó de los días de la antigüedad, de Moisés su siervo. ¿Dónde está el que los hizo subir del mar con el pastor de su rebaño? ¿Dónde está el que puso en él su Espíritu Santo,
12 quien envió su glorioso brazo para estar a la derecha de Moisés, y quien partió las aguas ante ellos, conquistando para sí renombre eterno?
13 Él es el que los condujo por los abismos, como a un caballo en el desierto, sin que tropezaran.
14 El Espíritu del SEÑOR les dio reposo, como al ganado que desciende al valle. Así condujiste a tu pueblo, conquistando para ti un nombre glorioso.
15 Mira desde el cielo y contempla desde la excelsa morada de tu santidad y de tu gloria: ¿Dónde están tu celo y tu poderío? La conmoción de tu corazón y tu compasión me han sido retenidas.
16 Pero tú eres nuestro Padre; aunque Abraham no nos conozca e Israel no nos reconozca, tú, oh SEÑOR, eres nuestro Padre. Desde la eternidad tu nombre es Redentor Nuestro.
17 ¿Por qué, oh SEÑOR, nos dejas extraviarnos de tus caminos y endureces nuestro corazón para no temerte? ¡Vuélvete por amor de tus siervos, por las tribus de tu heredad!
18 Por poco tiempo tu pueblo poseyó tu lugar santo, pero nuestros adversarios han pisoteado tu santuario.
19 Hemos venido a ser como aquellos sobre quienes tú jamás has señoreado y sobre los cuales nunca ha sido invocado tu nombre.
Isaías 63:1-6 . Volvemos a encontrar aquí el terrible juicio del capítulo 34 ejecutado por Jehová (o más bien ya ejecutado, porque de él vuelve). El resultado es la paz y la bendición que acabamos de ver descritas en el capítulo 62.
Del Versículo 7 del capítulo 63 ( Isaías 63:7 ) tenemos el razonamiento del Espíritu de profecía en boca del remanente, o quizás del profeta, poniéndose en esa posición. Y en los Capítulos 65, 66 encontramos la respuesta de Jehová. Nada puede ser más conmovedor que la forma en que el Espíritu se presta a la expresión de todos los sentimientos del corazón de un israelita fiel; o más bien en el que da forma a los sentimientos de un corazón afligido pero confiado, recordando las bondades pasadas, abrumados por la angustia presente, reconociendo la dureza y rebelión de que habían sido culpables, pero apelando a la fidelidad inmutable del amor de Dios contra el cegamiento y endurecimiento judicial en que se encuentra el pueblo.
Si Abraham no los reconoció, Dios era su Padre. Dónde estaba Su fuerza, Su ternura. ¿Sus misericordias? ¿Estaban sujetos? La fe reconoce en todas las cosas el vínculo entre el pueblo y Dios; reconoce que Dios prepara para los que esperan en Él cosas más allá de la concepción del hombre [1] -que se encuentra con los que caminan rectamente; y confiesa que el estado de Israel es bastante diferente, que son pecadores, que ni siquiera buscan Su rostro.
Pero la aflicción de su pueblo, la condición desastrosa a la que el pecado los había llevado, es a la fe una súplica a Dios. Pase lo que pase, el pueblo era a la fe como el barro, y Jehová el alfarero. Ellos eran Su pueblo; sus ciudades, las ciudades de Jehová. La casa en la que habían adorado sus padres fue quemada, y todo fue destruido.
Nota 1
La diferencia entre esto y el conocimiento del evangelio como lo hizo Pablo ( 1 Corintios 2 ) es sorprendente, a menudo citado por lo contrario. Estas cosas, dice, no han entrado en el corazón del hombre, pero Dios nos las ha revelado a nosotros (los cristianos) por Su Espíritu; así al final del capítulo, "pero nosotros tenemos la mente de Cristo.