22. Y le dio la cabeza. Fue nombrado jefe de la Iglesia, con la condición de que debería tener la administración de todas las cosas. El apóstol demuestra que no era un mero título honorario, sino que estaba acompañado por todo el comando y el gobierno del universo. La metáfora de una cabeza denota la máxima autoridad. No estoy dispuesto a discutir sobre un nombre, pero nos sentimos impulsados ​​por la conducta básica de quienes adulan al ídolo romano. Como a Cristo solo se le llama “la cabeza”, todos los demás, ya sean ángeles u hombres, deben clasificarse como miembros; de modo que el que ocupa el lugar más alto entre sus compañeros sigue siendo uno de los miembros del mismo cuerpo. Y, sin embargo, no se avergüenzan de hacer una declaración abierta de que la Iglesia ἀκέφαλον, no tendrá cabeza, si no tiene otra cabeza en la tierra además de Cristo. Tan pequeño es el respeto que le rinden a Cristo que, si obtiene indiviso el honor que su Padre le ha otorgado, se supone que la Iglesia está desfigurada. Este es el sacrilegio más bajo. Pero escuchemos al Apóstol, quien declara que la Iglesia es su cuerpo y, en consecuencia, que aquellos que se niegan a someterse a Él no son dignos de su comunión; pues solo de Él depende la unidad de la Iglesia.

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