11. Ponte toda la armadura. Dios nos ha provisto de varias armas defensivas, siempre que no rechacemos indolentemente lo que se ofrece. Pero casi todos somos acusados ​​de descuido y vacilación al usar la gracia ofrecida; como si un soldado, a punto de encontrarse con el enemigo, tomara su casco y descuidara su escudo. Para corregir esta seguridad, o, más bien deberíamos decir, esta indolencia, Paul toma prestada una comparación del arte militar y nos pide que nos vistamos con toda la armadura de Dios. Deberíamos estar preparados por todos lados, para no querer nada. El Señor nos ofrece armas para repeler todo tipo de ataque. Nos queda aplicarlos para usar, y no dejarlos colgados en la pared. Para acelerar nuestra vigilancia, nos recuerda que no solo debemos entablar una guerra abierta, sino que tenemos un enemigo astuto e insidioso con el que nos enfrentamos, que frecuentemente se encuentra en una emboscada; porque tal es la importancia de la frase del apóstol, THE WILES (170) (τὰς μεθοδείας) del diablo

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