Aquí Dios insulta a judíos e israelitas que se habían unido. Él dice que demostraría tanto su poder que deberían verse obligados a reconocerlo, pero a su propia destrucción. El conocimiento experimental a veces se atribuye a los fieles; porque cuando somos demasiado lentos, Dios nos muestra su poder con pruebas seguras. Pero lo que se dice aquí debería limitarse a los reprobados y abandonados, que no reconocen a Dios excepto en la muerte. Sin embargo, Sedequías no estaba completamente sin el temor de Dios: veneraba a Jeremías, y la semilla de la piedad no se había extinguido por completo en su mente. En cuanto a la gente, en la medida en que ofrecían el sacrificio diario, sin duda apreciaban alguna opinión del favor de Dios, y también de su poder. Pero debido a que despreciaban a los Profetas, eran completamente inadmisibles e hicieron una risa de sus amenazas, y por esta causa se dice que no reconocen a Dios. Y debemos notar esto diligentemente. Para los impíos, no se consideren tan estúpidos como para rechazar a Dios su justo honor; pero cuando Dios los llama, les dan la espalda: cuando les presenta su mensaje, incluso para su propio beneficio, no solo son sordos y detienen sus oídos, sino que incluso son desenfrenados y se burlan de todas sus amenazas como historias ociosas. Pero es cierto que ningún conocimiento de Dios puede florecer cuando prevalece tal desprecio de su doctrina. Por esta razón, dice ahora, al fin los judíos lo sabrán, porque este desprecio les impedía atribuir alabanzas a Dios por su poder; porque habían estado aterrorizados incluso por su asentimiento. Jeremías los había instruido asiduamente en la palabra de Dios, pero estaban tan endurecidos que lo trataron como algo inútil. La amenaza es muy grave: como si Dios hubiera dicho: Cuando te hiera con la mano, sentirás que soy Dios. Aprendamos entonces a reconocer a Dios por la fe, porque esta es la oportunidad adecuada para el conocimiento saludable. No maltratemos su paciencia mientras él se enfurece contra nosotros con una mano extendida y nos persigue ferozmente. A veces, de hecho, castiga a su propia gente por su bien, pero cuando sucede que no hay esperanza de arrepentimiento para el reprobado, entonces los reduce a nada. Ahora sigue

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