21. Estos hombres son pacíficos. Moisés describe el modo de actuar mediante el cual persuadieron a los siquemitas a aceptar las condiciones impuestas por los hijos de Jacob. Era difícil inducir a todo un pueblo a someterse en un asunto de tal magnitud a unos pocos extranjeros. Sabemos lo desagradable que resulta un cambio de religión; sin embargo, Hamor y Siquem razonan desde la utilidad, lo cual es una retórica natural. Aunque la honra tiene una apariencia más plausible, en su mayor parte es fría en la persuasión. Pero entre el vulgo, la utilidad casi siempre se impone, porque la mayoría persigue ávidamente lo que considera conveniente para sí misma. Con este propósito, Hamor y Siquem elogian a la familia de Jacob por su honestidad y hábitos tranquilos, para que los siquemitas consideren útil recibir a tales huéspedes. Añaden que la tierra es lo suficientemente grande como para que los habitantes originales no tengan que temer ninguna pérdida. Luego enumeran otras ventajas, mientras ocultan astutamente la causa privada y real de su solicitud. De aquí se sigue que todos estos pretextos eran falaces. Pero es una enfermedad muy común que los hombres de rango, que tienen gran autoridad, al hacer que todo se subordine a sus propios intereses privados, finjan considerar el bien común y pretendan desear el beneficio público. Y, en verdad, se puede creer que las personas aquí mencionadas eran las mejores entre todo el pueblo y estaban dotadas de una singular superioridad; pues los siquemitas habían elegido a Hamor como su príncipe, alguien preeminente en excelentes dones. Sin embargo, vemos cómo él y su hijo mienten y engañan bajo la apariencia de rectitud. De ahí también percibimos que la hipocresía está tan arraigada en las mentes humanas que es un milagro encontrar a alguien completamente libre de ella, especialmente cuando se trata de intereses privados. A partir de este ejemplo, todos aquellos que gobiernan deben aprender a cultivar la sinceridad en los diseños públicos, sin tener en cuenta sus propios intereses ocultos. Por otro lado, que la gente practique la autogobernanza, para que no busque con demasiado empeño su propio beneficio, ya que a menudo sucede que son atrapados por una apariencia ilusoria de bien, como los peces por el anzuelo. Ya que el amor propio es ciego, somos arrastrados sin juicio a la esperanza de ganancia. Y el Señor, justamente, castiga esta codicia a la que nos ve inclinados de manera indebida, al permitirnos ser engañados por ella. Moisés dice que este discurso tuvo lugar en la puerta de la ciudad, donde solían celebrarse las asambleas públicas y administrarse la justicia.

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