9. Además, hemos tenido padres de nuestra carne, etc. Esta comparación tiene varias partes: la primera es que si mostramos tanta reverencia a los padres de quienes hemos descendido según la carne, para someternos a su disciplina, se debe mucho más honor a Dios, que es nuestro Padre espiritual; otra es que la disciplina que usan los padres en cuanto a sus hijos solo es útil para la vida presente, pero que Dios mira más allá, con el objetivo de prepararnos para una vida eterna; y el tercero es que los hombres castigan a sus hijos como les parece bueno, pero que Dios regula su disciplina de la mejor manera y con la sabiduría perfecta, para que no haya nada más que lo que está debidamente ordenado. Luego, en primer lugar, hace esta diferencia entre Dios y los hombres, que son los padres de la carne, pero él del espíritu; y en esta diferencia él amplía al comparar la carne con el espíritu.

Pero se puede preguntar: ¿No es Dios el Padre también de nuestra carne? Porque no es sin razón que Job menciona la creación de los hombres como uno de los principales milagros de Dios: por lo tanto, por este motivo también tiene derecho al nombre del Padre. Si dijéramos que se le llama el Padre de los espíritus, porque él solo crea y regenera nuestras almas sin la ayuda del hombre, podría decirse nuevamente que Pablo se gloría en ser el padre espiritual de aquellos a quienes había engendrado en Cristo por Evangelio. A estas cosas respondo que Dios es el Padre tanto del cuerpo como del alma, y, propiamente hablando, es el único Padre verdadero; y que este nombre es solo como una forma de concesión aplicada a los hombres, tanto en lo que respecta al cuerpo como al alma. Como, sin embargo, al crear almas, él usa la instrumentalidad de los hombres, y al renovarlos de una manera maravillosa por el poder del Espíritu, es llamado peculiarmente, por eminencia, el Padre de los espíritus. (250)

Cuando él dice, y les dimos reverencia, se refiere a un sentimiento implantado en nosotros por naturaleza, para que honremos a los padres incluso cuando nos tratan con dureza. Al decir, en sujeción al Padre de los espíritus, él insinúa que no es sino concederle a Dios la autoridad que tiene sobre nosotros por el derecho de un Padre. Al decir y vivir, él señala la causa o el fin, porque la conjunción "y" se debe traducir como "para que podamos vivir". Ahora, esta palabra en vivo nos recuerda que no hay nada más ruinoso para nosotros que negarnos a rendirnos en obediencia a Dios.

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