Aquí el Profeta nos dice que obedeció fielmente a Dios al escribir otro volumen; y su constancia en este asunto no merece alabanzas comunes; porque había huido por miedo últimamente, sabía que el rey era su enemigo, ya que ya había ordenado que él y Baruch fueran asesinados. Como entonces supo que el rey ardía con tanta rabia y odio, ¿cómo llegó a ser tan audaz como para exasperarlo aún más? Pero vemos que los Profetas no estaban exentos de la influencia del miedo, y a menudo estaban ansiosos por su propia seguridad; y, sin embargo, siempre prefirieron el deber que Dios les impuso a su propia vida. El Profeta, sin duda, tembló, pero como se sintió obligado a obedecer el mandato de Dios, hizo caso omiso de su propia vida, cuando tuvo que tomar la decisión, ya sea de rechazar la carga que se le imponía o de proporcionar su propia seguridad. Así, él ofreció su propia vida como sacrificio, aunque no estaba libre del miedo y otras enfermedades. Esta es una cosa.

Pero Baruch, no lo dudo, proclamó nuevamente estas palabras; ¿Cómo fue entonces que el rey se abstuvo de la crueldad? ¿Se había mitigado su locura de alguna manera? Es cierto que no se cambió, y que no perdonó con amabilidad a los siervos de Dios; pero Dios contuvo su crueldad; porque cuando no es su voluntad ablandar los corazones de los impíos, él todavía refrena su violencia, para que no se atrevan o no encuentren el camino para ejecutar con sus manos lo que pretendieron en sus mentes, por mucho que puede esforzarse por hacerlo. Por lo tanto, considero que el rey Joacim fue retenido por el poder oculto de Dios, para que no pudiera dañar a Jeremías ni a su escriba Baruch; y que mientras tanto la magnanimidad del Profeta y también de su escriba seguía siendo invencible; porque era la voluntad de Dios pelear mano a mano, con este rey impío, hasta que fue arrojado ignominiosamente de su trono, lo que sucedió, como veremos, poco después.

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