33. Cantaré a Jehová mientras viva Aquí el salmista señala a los demás su deber con su propio ejemplo, declarando que a lo largo de toda su vida proclamará las alabanzas de Dios sin cansarse nunca de ese ejercicio. El único límite que fija para la celebración de las alabanzas de Dios es la muerte; no es que los santos, cuando pasan de este mundo a otro estado de existencia, desistan de este deber religioso, sino porque el fin para el cual somos creados es que el nombre divino pueda ser celebrado por nosotros en la tierra. Consciente de su indignidad de ofrecer a Dios un sacrificio tan precioso, reza humildemente (versículo 34) para que las alabanzas que le cantará a Dios le sean aceptables, aunque proceden de labios contaminados. Es verdad, que no hay nada más aceptable para Dios, ni nada de lo que él apruebe más, que la publicación de sus alabanzas, aun cuando no hay ningún servicio que él requiera que realicemos de manera más peculiar. Pero a medida que nuestra impureza contamina lo que en su propia naturaleza es lo más sagrado, el profeta con buena razón se entrega a la bondad de Dios, y solo por este motivo suplica que aceptaría su canción de alabanza. En consecuencia, el Apóstol, en Hebreos 13:15 enseña que nuestros sacrificios de acción de gracias son muy agradables para Dios, cuando se les ofrecen a través de Cristo. Sin embargo, aunque todos los hombres disfrutan indiscriminadamente de los beneficios de Dios, todavía hay muy pocos que miran al autor de ellos, el profeta se une a la cláusula, me regocijaré en el Señor; intimidante, que esta es una virtud rara; porque nada es más difícil que llamar a casa la mente desde esas alegrías salvajes y erráticas, que se dispersan a través del cielo y la tierra en las que se desvanecen, para que pueda mantenerse solo en Dios.

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