Como Abraham fue el primero en ser llamado cuando se mezcló con idólatras, el profeta comienza con él. Sin embargo, luego declara que el pacto también fue confirmado en la mano de su hijo y el hijo de su hijo. Dios entonces depositó su pacto con Abraham, y por juramento solemne se comprometió a ser el Dios de su simiente. Pero para dar una mayor seguridad de la verdad de su promesa, tuvo el agrado de renovarla para Isaac y Jacob. El efecto de tal extensión es que su fidelidad se aferra más profundamente a los corazones de los hombres; y, además, su gracia, cuando así se testifica en frecuentes ocasiones recurrentes, se vuelve más conocida y más ilustre entre los hombres. En consecuencia, aquí se declara por gradación cuán firme e inamovible es este pacto; porque lo que se afirma acerca de cada uno de los patriarcas les pertenece a todos por igual. Se dice que Dios juró a Isaac. ¿Pero no había jurado antes a Abraham? Indudablemente lo hizo. También se dice que se estableció a Jacob por una ley y por un pacto eterno. ¿Significa esto que el pacto anteriormente era solo temporal y transitorio, y que luego había cambiado su naturaleza? Tal idea está totalmente en desacuerdo con el significado del escritor sagrado. Mediante estas diferentes formas de expresión, afirma que el pacto se confirmó total y perfectamente, de modo que, si tal vez el llamado era oscuro en un hombre, podría ser más evidente, porque Dios transmitió el testimonio de este a la posteridad; porque por este medio la verdad fue mejor manifestada. Aquí nuevamente debemos recordar que Dios con gran amabilidad considera nuestra debilidad cuando, tanto por su juramento como al repetir su palabra con frecuencia, ratifica lo que una vez nos prometió. Nuestra ingratitud aparece entonces como el incrédulo al no creerle cuando no solo habla sino que también jura.

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