1. ¡Oh Dios! da tus juicios al rey. (124) Mientras que David, a quien se había hecho la promesa, a su muerte le recomendó cariñosamente a Dios su hijo, que debía sucederle en su reino, él indudablemente le dio a la Iglesia una forma común de oración, que los fieles, convencidos de la imposibilidad de ser prósperos y felices, excepto bajo una sola cabeza, deben mostrar todo respeto y rendir obediencia a este orden legítimo de cosas, y también a este reino típico podrían ser conducidos a Cristo. En resumen, esta es una oración para que Dios provea al rey a quien había elegido con el espíritu de rectitud y sabiduría. Por los términos justicia y juicio, el salmista se refiere a una administración de gobierno debida y bien regulada, a la que se opone a la licencia tiránica y desenfrenada de los reyes paganos, quienes, despreciando a Dios, gobiernan según los dictados de su propia voluntad; y así el santo rey de Israel, quien fue ungido para su oficio por designación divina, se distingue de otros reyes terrenales. Por las palabras que aprendemos, por cierto, que ningún gobierno en el mundo puede ser administrado correctamente sino bajo la conducta de Dios y por la guía del Espíritu Santo. Si los reyes poseyeran en sí mismos recursos suficientemente amplios, a David no le habría servido de nada buscar por medio de la oración de otro, aquello con lo que ya estaban provistos. Pero al pedir que la justicia y el juicio de Dios puedan ser dados a los reyes, él les recuerda que ninguno es apto para ocupar ese puesto exaltado, excepto en la medida en que estén formados para ello por la mano de Dios. En consecuencia, en los Proverbios de Salomón, (Proverbios 8:15), la Sabiduría proclama que los reyes reinan por ella. Tampoco es de extrañar, cuando consideramos que el gobierno civil es una institución tan excelente, que Dios quiere que lo reconozcamos como su autor, y reclama para él toda la alabanza. Pero es apropiado para nosotros descender de lo general a lo particular; ya que es la obra peculiar de Dios establecer y mantener un gobierno legítimo en el mundo, era mucho más necesario para él comunicar la gracia especial de su Espíritu para el mantenimiento y la preservación de ese reino sagrado que había elegido en preferencia a todos los demás. Por el hijo del rey, David sin duda se refiere a sus sucesores. Al mismo tiempo, tiene un ojo en esta promesa:

"Del fruto de tu cuerpo pondré sobre tu trono" ( Salmo 132:11.)

Pero no hay tal estabilidad como se indica en ese pasaje en los sucesores de David, hasta que lleguemos a Cristo. Sabemos que después de la muerte de Salomón, la dignidad del reino decayó, y desde ese momento su riqueza se vio afectada, hasta que, al llevar al pueblo al cautiverio, y la muerte ignominiosa infligida sobre su rey, el reino estuvo involucrado en Ruina total. E incluso después de su regreso de Babilonia, su restauración no fue tal como para inspirarlos con ninguna gran esperanza, hasta que finalmente Cristo surgió de la marchita cepa de Jesé. Por lo tanto, tiene el primer rango entre los hijos de David.

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