Toda acción produce un efecto en el carácter del actor que corresponde tan exactamente a su motivo como el fruto a la semilla. Si surge del deseo egoísta, estimula el crecimiento de los malos deseos y produce una cosecha de corrupción interna. Si, por el contrario, se hace en obediencia al espíritu, se acelera el crecimiento espiritual y finalmente se produce una cosecha de vida eterna. El corazón del hombre se parece a un campo en el que siembra, por el mero ejercicio de su voluntad, una futura cosecha de bien o de mal.

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