“Ahora bien, el que lucha por el dominio se abstiene de todo: ellos para obtener una corona corruptible; mas nosotros somos incorruptibles.”

Edwards dice correctamente: “Este versículo les recuerda a los corintios dos cosas: primero, la dificultad de ganar, y luego, el valor infinito de la victoria”. El participio cada uno esforzándose se refiere, no al momento en que el atleta ya está en las listas, sino al momento en que se inscribe entre los que van a tomar parte en la competencia. Durante los diez meses previos al día de los juegos, los competidores vivieron ejercicios sostenidos y con especial abnegación, absteniéndose de todo lo que pudiera agotar o sobrecargar el cuerpo. Para el cristiano, cuyo conflicto no es cuestión de un día, sino de toda la vida, la abstinencia, condición del progreso en la santificación, es, por tanto, un ejercicio que debe renovarse cada día.

La abstinencia de los atletas no se relacionaba sólo con goces criminales, sino también con gratificaciones en sí mismas lícitas; así la abnegación del cristiano debe recaer, no sólo en los placeres culpables, sino en todo hábito, en todo goce que, sin ser vicioso, pueda implicar una pérdida de tiempo o una disminución de la fuerza moral.

Si alguno se queja de esta condición de triunfo final, Pablo les recuerda que los atletas hacen tales sacrificios con miras a un honor pasajero, mientras que tienen en perspectiva la gloria eterna. La corona de pino que el juez ponía sobre la cabeza del vencedor en los juegos ístmicos, si bien era el emblema de la gloria, era al mismo tiempo el emblema del carácter transitorio de esa gloria. ¡Para el vencedor espiritual está reservada una corona inmarcesible!

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