Sir Isaac Newton mandó hacer una réplica del sistema solar. En su centro había una gran bola dorada que representaba al sol. Girando a su alrededor había esferas más pequeñas unidas a los extremos de varillas de diferentes longitudes. Representaban a Mercurio, Venus, la Tierra, Marte y los demás planetas. Todos estos estaban acoplados por engranajes y correas para que se movieran alrededor del sol en perfecta armonía. Un día, mientras Newton estaba estudiando el modelo, un amigo que no creía en el relato bíblico de la creación pasó a visitarlo.
Maravillado por el dispositivo y viendo cómo el científico hacía que los cuerpos celestes se movieran en sus órbitas, el hombre exclamó: "¡Vaya, Newton, qué cosa tan exquisita! ¿Quién lo hizo para ti?". Sin levantar la vista, Sir Isaac respondió: "Nadie". "¿Nadie?" preguntó su amigo. "¡Así es! ¡Dije que nadie! Todas estas bolas, ruedas dentadas, cinturones y engranajes simplemente se unieron, y maravilla de las maravillas, por casualidad comenzaron a girar en sus órbitas establecidas y con una sincronización perfecta".
¡El incrédulo entendió el mensaje! Era una tontería suponer que el modelo simplemente sucedió. Pero era aún más insensato aceptar la teoría de que la tierra y el vasto universo surgieron por casualidad. Cuánto más lógico creer lo que dice la Biblia: "En el principio creó Dios los cielos y la tierra". La palabra también declara: "Dijo el necio en su corazón: No hay Dios" ( Salmo 14:1 ).
Bibliografía
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