Aparentemente, la supresión de esta idolatría popular había sido considerada con mucha mala voluntad en la época de Josías, y muchos incluso pueden haberle atribuido su derrota en Meguido. Probablemente Joacim lo había permitido nuevamente, pero Sedequías, durante las miserias de su reinado, lo había prohibido, y la gente atribuyó la caída de Jerusalén al abandono de su diosa favorita.

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