Los tratos de Cristo con su pueblo son a menudo sumamente misteriosos. A veces los deja por un tiempo a las calamidades más angustiosas; ya juzgar sólo por las apariencias presentes, pueden sentirse tentados a pensar que los ha olvidado. Pero en esos momentos los llama a considerar su carácter y declaraciones; no ofenderse por nada que haga u deje de hacer; sino sentir que sus caminos son perfectos, y que bienaventurados por los siglos serán todos los que ponen su confianza en él.

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