Entonces Manasés supo que el Señor era Dios. Estaba convencido, por su propia experiencia, del poder, la justicia y la bondad de Dios; que solo Jehová era el Dios verdadero, y no aquellos ídolos que había adorado, por los cuales había recibido gran daño y nada bueno. Podría haber sabido esto a un costo menor, si hubiera prestado la debida atención y crédito a la palabra escrita y predicada; pero era mejor pagar tan caro por el conocimiento de Dios, que morir en la ignorancia y la incredulidad.

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