Dejemos ahora que nuestros gobernantes se pongan de pie. Proponen que los gobernantes de Jerusalén se reúnan para conocer de este asunto y juzgar y determinar en todos los casos particulares; y que, en los momentos señalados, los infractores de cada ciudad deben ser llevados ante ellos por los ancianos y jueces de esas ciudades, quienes debían testificar contra ellos por haber ofendido, o dar testimonio de que habían visto divorciarse y repudiar a sus esposas extranjeras. Porque estos ancianos y jueces de las diversas ciudades fueron los que mejor pudieron informar al gran concilio de Jerusalén acerca de la calidad de las personas acusadas y todos los hechos y circunstancias. Y este procedimiento, propusieron, debería continuar mientras quedara algo por hacer en este negocio, para que la ira de Dios pudiera apartarse de ellos.

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