Moisés dijo: No temáis, estad quietos hebreo, manteneos firmes. No se desmaye, ni se hunda ni se tambalee vuestro corazón por la incredulidad; antes bien, con la mente tranquila, mire a Dios. El Señor peleará por ustedes, y ustedes callarán. No contribuirán en nada a la victoria, ni con sus palabras ni con sus obras. Un ejemplo notable este de la compostura de la mente de Moisés, y la serenidad de su temperamento, y lo bien que se merecía el carácter que se le dio Números 12:3, de ser uno de los hombres más mansos. No respondió a estos necios según su necedad: no los reprende, sino que los consuela; y con una presencia de ánimo admirable, no en lo más mínimo desconcertado o descorazonado, ya sea por el acercamiento del Faraón, o por los temblores de Israel, acalla sus murmuraciones, exhortándolos con calma a que se animen y confíen en Dios. Es nuestro deber cuando no podemos salir de nuestros problemas, y aún así superar nuestros miedos, para que solo sirvan para avivar nuestras oraciones y esfuerzos, pero no prevalezcan para silenciar nuestra fe y esperanza.

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