El que justifica al impío, que lo absuelve como inocente mediante sentencia judicial, o aprueba o encomia de otra manera sus malas prácticas; y el que condena al justo O contribuye a su condena, vence el fin del gobierno, que es proteger a los buenos y castigar a los malos; y, por lo tanto , ambos son abominables para el Señor, quien quiere que se administre exactamente la justicia, y por eso no puede sino estar muy disgustado con aquellos que se esfuerzan por confundir la naturaleza del bien y del mal entre los hombres.

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