Natán el profeta: Natán era a la vez cortés y prudente, y sabía cómo templar la severidad de la sabiduría con la dulzura de los buenos modales. Grocio lo compara con Manlio Lépido, a quien Tácito celebra, "por desviar al emperador Tiberio de propósitos tan crueles, como lo instigaban los viles halagos de otros". Lo compara igualmente con Pisón, el sumo sacerdote de los romanos, a quien el mismo historiador describe como alguien que nunca fue culpable del más mínimo grado de adulación servil, sino que en todas las ocasiones fue un verdadero maestro de su tentador.

Debe confesarse, sin embargo, que Nathan fue más allá de estos dos personajes célebres; supo reprender a los príncipes con autoridad, y sin embargo sin ofensas, sin perder el menor grado de interés o influencia, o afecto de su soberano: por el contrario, aumentó tanto en ambos, que, como nos dice la tradición, David nombró un hijo después de él, y confió a otro, incluso a su favorito y sucesor, a su enseñanza e instrucción.

Continúa después de la publicidad
Continúa después de la publicidad