Los gobernantes del pueblo habitaban en Jerusalén.Observando que el número de habitantes de Jerusalén era muy reducido, Nehemías había ordenado que los principales hombres de la nación, a modo de ejemplo, fijaran allí sus moradas; haciendo al mismo tiempo que los demás echaran suertes, por lo que una décima parte de todo el pueblo de Judá y Benjamín se vio obligado a morar en Jerusalén, aunque los que vinieron voluntariamente fueron mejor recibidos. Una de las razones por las que la mayoría de los judíos, que en general eran pastores y amantes de la agricultura, preferían vivir en el campo que en Jerusalén, era porque se adaptaba más a su genio y forma de vida; pero en ese momento sus enemigos estaban tan enfurecidos al ver los muros construidos de nuevo, y tan inquietos en sus planes para evitar que la ciudad se elevara a su antiguo esplendor, que aterrorizó a muchos para que no vinieran a morar allí.

Aunque ciertamente está prohibido echar suertes cuando se hace por un espíritu de superstición o con el propósito de tentar a Dios; sin embargo, en algunas ocasiones es ordenado por Dios mismo; y las personas santísimas tanto del Antiguo como del Nuevo Testamento lo han practicado en casos particulares. El sabio reconoce la utilidad de esta costumbre cuando nos dice que la suerte hace cesar la contienda y parte entre los poderosos, Proverbios 18:18 ; y, por tanto, no era una mala política, tal como estaban las cosas ahora, adoptar este método de división; dado que la suerte, que todo lo permitía estaba bajo la dirección divina, recaer sobre tal persona y no sobre otra, sería un gran medio, sin duda, de hacer que se mudara más contento a la ciudad. Ver Le Clerc y Calmet.

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