Conciencia, digo, no la tuya, sino la del otro. - En el versículo anterior no hay nada que indique que la obligación de no comer la carne en tales circunstancias surge de una consideración de la ternura de la conciencia del otro. Aquí se elimina cualquier peligro de error en cuanto a a quién se refiere la conciencia. Por supuesto (dice San Pablo) me refiero a su conciencia, no a la tuya. Porque los escrúpulos de ningún otro hombre deben atar mi conciencia. Si bien la opinión o la debilidad de otro nunca debe hacer que mi conciencia vacile de lo que sabe que es verdad, a menudo puede ser una razón para que sacrifiquemos en acto alguna indulgencia personal.

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