VIII.

(1) En ese momento. - Es obvio que no hay interrupción en el discurso y, por tanto, el momento es el de la destrucción de Jerusalén por los caldeos y del entierro de los muertos. Ni siquiera los muertos deberían dormir en paz. Con una terrible repetición de la palabra, para dar el énfasis como el tañido de una campana fúnebre, el profeta amontona cláusula tras cláusula, "los huesos de los reyes", "los huesos de los príncipes", y así en.

Los motivos de esta profanación de los sepulcros podrían ser la ferocidad desenfrenada de los conquistadores bárbaros, inclinados, a la manera de la guerra salvaje, a la mutilación de los muertos, o la codicia de lucro y la expectativa de encontrar tesoros ocultos. Entonces Hircano, para gran escándalo de los judíos, rompió el sepulcro de David (José, Ant. Vii. 15).

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