Cualquiera que maldice a su Dios. - Como Moisés tuvo que apelar a Dios en busca de dirección, el Señor no solo ha declarado lo que se debe hacer con este ofensor en particular, sino que establece una ley general para el castigo de los blasfemos. Como el criminal que es la ocasión inmediata de esta promulgación es un egipcio, se dan instrucciones, en primer lugar, sobre el tratamiento de los gentiles que residen temporalmente entre los hebreos y que aún no han renunciado a su fe en su propio Dios.

Si tal gentil maldice a su propio Dios en quien todavía profesa creer, cargará con su pecado; debe sufrir el castigo por su pecado de manos de sus correligionarios, cuyos sentimientos ha ultrajado. Los israelitas no deben interferir para salvarlo de las consecuencias de su culpa; porque un pagano que injuria al dios en quien él cree no es de fiar en otros aspectos, y da un mal ejemplo a otros, quienes podrían ser inducidos a imitar su conducta.

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